“Las calles están solas, solísimas. Parece 1° de enero en medio de la lluvia. Pero como ya sucedió el año pasado, saldrán esta noche a decir lo que les dé la gana [en referencia a los resultados]”, resumió para LA NACION la cocinera Daniela Duarte, de 24 años. La joven decidió quedarse en su casa de San Cristóbal junto a su familia, muy cerca de la frontera con Colombia.
Sólo han pasado 10 meses pero a Duarte le parece toda una vida. La esperanza tras las colas interminables y la euforia que latía en las calles concurridas del 28 de julio del año pasado se transformaron hoy en desolación y vacío. Los venezolanos volvieron a decirle “no” a Nicolás Maduro, pero en esta ocasión a través de la enorme abstención.
Y no sólo en la fronteriza Táchira. Lo mismo sucedió en Barinas, la cuna de revolución, tan chavista en tiempos pasados. En Monagas, en Falcón, en Anzoátegui o en Mérida. En el Amazonas o junto al deseado Esequibo. Y en Caracas, que también dio la espalda a la parodia revolucionaria.
La apuesta ciudadana pasó por ejecutar una especie de paro cívico en contra de la dictadura y en contra de sus compañeros de viaje electoral. Y ganó la desobediencia civil por goleada. Los centros electorales se vaciaron del pueblo, tantas veces citado como olvidado, en unas elecciones ilegales y tramposas, en las que el Consejo Nacional Electoral (CNE) no dudó en ampliar en al menos dos horas y media más las votaciones, pese a que no había colas por ningún lado y pese a que a los voceros gubernamentales se les llenaba la boca al asegurar que el proceso de voto era rapidísimo, no más allá de dos minutos. Son las cosas de la impunidad revolucionaria: el cierre de las urnas coincide con la puesta en marcha de la tradicional Operación Remate, cuando se traslada a la fuerza a votantes.
“Hoy fuimos testigos de un evento que intentó disfrazarse de elección, pero que no logró engañar ni al país ni al mundo. El pueblo no convalidó un simulacro que pretendía legitimar lo que por naturaleza es ilegítimo. Lo que el mundo vio fue un acto de coraje cívico. Una declaración silenciosa, pero contundente”, denunció Edmundo González Urrutia, el diplomático que aplastó en 2024 en las urnas a Maduro, con siete millones de votos frente a los 3 millones del chavismo.
“La abstención es altísima, alrededor del 80%, lo que demuestra que sigue disminuyendo la base popular del régimen, que se suma a su baja capacidad de control social”, sintetizó para LA NACION el asesor electoral Jesús Castellanos.
La participación fue tan baja, fraude incluido, que Maduro se vio obligado a anunciar que prepara la reforma de todo el sistema electoral, pese al centenar de veces que ha afirmado que es el mejor del planeta, para forzar lo que llama el sistema electoral de los circuitos comunales.
Este evento electoral confirma la enorme gesta ciudadana del 28 de julio, desde la participación festiva del pueblo venezolano hasta el valiente plan para resguardar las actas electorales y su envío al cerebro logístico montado por el comando electoral de Urrutia y María Corina Machado. Tal fue su magnitud que el chavismo emprendió la caza y captura posterior no sólo de dirigentes, también de fiscales y activistas que participaron en el operativo.
Fuente: La Nacion